Thursday, June 23, 2005

Ella y yo

No sé qué me pasó. Realmente sería difícil precisar cuándo se fue, cuándo me abandonó.
Ella era el guiño y el rugido del León de la Metro. Ella era la que juraba que el ratón Perez podía ser engañado mediante granos de arroz. Ella era los pies ligeros y los pelos al viento. El último trago de tequila, las palabras bonitas, los disfraces improvisados y los abrazos de oso.
Era, también, el karaoke y los guiones, la búsqueda constante y el hallazgo seguro.

Hace ya un año y medio atrás que sentí su ausencia en mis pupilas y su portazo en la cara. Estaba rotundamente harta de mí porque avizoraba y predestinaba el ente en el que me estaba convirtiendo. No quería más "Gregor Samsas" -dijo- y no miró para atrás, para que fuera yo la maldita estatua de piedra...

Al otro día amanecí con el labio hinchado y tuve que decir en el trabajo que tenía un herpes que venía de "no sé dónde" y se iría "no sé cuándo". El hielo me recordaba el aire que venía respirando en aquéllos días de trueno -tan deseados como benditamente maldecidos incluso para esas alturas-. "La procesión va por dentro" -alguien me dijo. Yo quise decir que por dentro ya no había nada que fuera ni que viniera a ninguna parte. Una vacuidad triste que sólo reviste -dimana- halos de tristeza. -¡Hasta se llevó el arqueo de tus pecas y mirá que ya casi estaba terminado!- hubiera querido responderle, pero sólo atiné asentir con la cabeza. Una Dra. Vacuidad de alma triste, ambulante, marchita -pensé- y me fui de la oficina de pecas indeterminadas e inconmensurables.

El tiempo pasó y como un hámster aprendí a correr en la ruedita. Llegaron aires más cálidos (o ya me habría acostumbrado, acaso, a respirar cuanto menos escarcha). Sin perjuicio de lo cual, debo reconocer que me fue muy bien -o al menos eso dijeron las evaluaciones- y de ella sólo me acordaba los lunes a la noche (cuando coreaban su nombre), y los sábados a la mañana (cuando encontraba signos arcaicos en la punta de la lengua). Sólo apariciones o meras ensoñaciones diurnas. Ella no volvería más, pensé.

Sin embargo, y para sorpresa de todos (sobre todo para mi propia sorpresa) ayer la encontré en el espejo. Me vió, la miré -nos reconocimos de inmediato- y me saludó como si nada.

Ninguna de las dos preguntó -o contestó- acerca del porqué del abandono. No se buscaron causas ni culpables. Los antecedentes se quedaron en el cajón de la oficina. Yo sé, sin embargo -es ahora que vengo a darme cuenta- que ella tan sólo estaba aburrida de leyes y decretos. De ahí que se fue -rumbo incierto mediante- para encontrar a alguien más divertido que yo. Alguna esencia afro-salso-guarachera que la llevara a pasear por el cielo, a bailar o a volar, que -a estos efectos- es lo mismo. Yo ya no era esa persona (la que ella quería que fuera) y probablemente tampoco tenía el tiempo suficiente para dedicarme a sus pretensiones infantiles e irresponsables.
Me dijo que quiere mudarse de nuevo a mi alma y está absolutamente convencida de que esta vez podemos cambiar al mundo "cueste lo que cueste". Esta vez yo le creo. Tiene que tener razón porque si no no habría vuelto, ¿no? Lo cierto es que no puedo vivir sin su vehemencia o sus atisbos de locura. No puedo vivir sin que me dicte -o me susurre cantando de tanto en tanto
al oído izquierdo- las palabras amontonadas que en este preciso instante, justo ahora, vos -sí, vos- estás leyendo...

Tuesday, June 21, 2005

El día que me muera

El día que baje una escalera y me transporte al éter...
Recorra, pues, uno a uno cada lugar del planeta y descubra las revelaciones nunca antes imaginadas, confirmando tal vez algunas sospechas mortales y conformándome como parte de la respuesta y la energía universal que se esconde en lo que pocos saben y todos callan...

Ese día, tal vez con un panorama más alto y mucha paz aledaña, se frene la escalera y deba rendir algunas cuentas pendientes...

Entonces, él, que todo lo sabe, ahora interrogador -antes cómplice- me preguntará que cómo me fue, ahondará en mis sentimientos y tal vez requiera algún arrepentimiento...

Él tal vez me espere distante, del otro lado de una mesa, en forma sin forma, repleto de su pura amorfia.

Yo -envuelta en mis ojos- correré a su encuentro para -de sorpresa- abrazarlo y agradecerle más que nunca...

Vos me pusiste el amor del otro lado del abismo y yo sólo debí saltar -y saltarme- para poder tocar sus labios...

Yo hube estado tanto tiempo antes en las inmensidades del éter, yo pude -acaso- desfigurar el tiempo para mutar la vigilia en el sueño y el suelo en el cielo...

Yo pude ser gaviota y estrella en el mar de su sonrisa y él pudo eclipsar mi existencia con fuegos artificiales infinitamente bellos e incandescentes.
Pude cargar cruces inimaginables a fin de sostener su mano y conjurando los malos tragos, soslayando la realidad tan cruel como adversa, pude por el camino de la fantasía llegar a lograr que desaparecieran sus pupilas cansadas, morigerando la carga de espinas envueltas en retazos de existencia derramada.

Yo ya estuve aquí, desde mi corazón, yo pude hechizar las manecillas de los relojes desparejos de su vida y la mía, -pude- cronometrar los suspiros y ordenar los latidos para empezar de nuevo, para latir en uno.

Tantas cosas pude hacer, sentir, convocar... Tantos sueños derramados en una vida tan corta. Tanta historia y corazón en donde no cabía más que cotidianeidad rutinaria, encontramos ritos y fuego.

¿Qué hay de malo con el fuego? ¿acaso no te gusta el color rojo? A él no.

¿Qué hay de malo en conjurar los cuerpos, en vibrar, en ser sangre y ser vino?
En ser locura y transgresión de a ratos, y ser bosques de paz y confianza
otros tantos...

Yo lo he probado.

He tenido la posibilidad de enamorarme. De ser pasión, instinto, cuerpo.
De ser alma, alas, suspiros.

Qué cielo detrás del cielo me dirás que es divino si sé que no habrá más cielo,
que el mundo de sus abrazos...

Si sé que el mejor pedazo del todo de mis días ha forjado un paraíso desde un mundo urbano, en virtud de ese ser humano que por siempre ha de ser el amor de mi vida.

Algo para sentir...

Cuando las arenas movedizas de mi soledad me llevan a lo incierto, tanto mar de miedos, sueños e ilusiones afloran de la cordura para saludar a la locura, como cara opuesta de la medalla, de lo inaudito de siempre, la eterna simbiosis de mis eternos antónimos: mítico y paradójico esquema de lo cotidiano y desconocido, paradigma
incompleto de mi propia presencia, aflora. Tenue. Cauto. Impreciso. Desconcentrándome, desvaneciéndose, desubicándome del trajín de lo cotidiano. En el medio de la magia que se escapa de lo común, una grieta se clava en mi realidad y poco a poco, absorta contemplo la muerte del escepticismo, por un rato, lapso eterno. Las imágenes son vagas y fugaces, manojo de recuerdos del álbum de mi vida, entre lo que hice y lo que no, entre lo que soñé y lo que nunca quise. De repente, todo es claro, la confusión se entiende en su propio caos y yo tengo la habilidad de ordenarme en mi propio desorden...
Mi vida de golpe es tanto y de golpe tan poco... pequeña nada amontonada. Tengo tanto por hacer que ya no sé cómo abrazar los minutos para soltar los recuerdos; cómo correr deprisa y al mismo tiempo caminar lento para pisar fuerte... Cómo seguir el rumbo y a la vez, burlar al destino e inventar nuevos caminos cada día.
Caminos que me traigan de vuelta a casa. Porque no hay nada más hermoso que irse para volver, anexando a la maleta intangible de los recuerdos las nuevas añoranzas viejas... Irme un rato y volver, acá nomás, al cielo en la tierra, a casa en mi alma y a la chispa incansable de fulgor púrpura que reside en el crepúsculo de tu mirada perdida...

Wednesday, June 08, 2005

Hermeto


Hermeto y sus dedos repletos
de flautas y teclas.
Y gritos chispeantes
disfrazados de garganta.
Sus largos cabellos blancos
de Merlín brasilero.
Actual Santa Claus carioca,
patriarca de Alagoas,
padre de tantas notas y tanta magia.

Hermeto tiene el secreto
de la energía en estado puro,
en sus ojitos pequeños
para sus grandes visiones
anidan ideas de gorriones susurrando a un oído absoluto.

Híbrido de trompeta, piano y latas de pintura percutidas
si pudiera soplar así las botellas, soplar y hacer Hermetos.
Borbotones de acústicos mundos refractando acordes.
Maremoto de corcheas desplegadas en los labios,
y como única bandera: su fresca sonrisa.

Como predestinando el triunfo de la originalidad
-al menos por una noche- le da a una cenicienta octava
los alternativos ropajes de la creación absoluta,
y la vuelve un instante reina de la heterodoxia
disfrazada de piel de hombrecito pequeño.

Fascinante loco fascinado, Hermeto.
Deshaciéndose en crisol de sonidos.
¿Quién será el audaz que saque tanta armonía anidada,
derramada en los confines de tu escenario?

No se va del escenario
hasta que se va...
Mas, ¿quién podrá barrer de mi alma
la fuerza estridente e inextinguible
de un repertorio improvisado de creatividad infatigable,
envuelto en las manos de un genio loco?

Y siguen vibrando sus notas
en un ensordecedor silencio...
Tanto y tan sólo Hermeto... en sus propios solos esparcido del universo todo hacia mí
y de mí... al universo! Hermeto...