Thursday, September 29, 2005

Z31D3

La piel... qué cosa para nosotros, los mortales ciegos... la piel.
Yo guardo intacto e incólume el recuerdo de las pequeñas, frías y arrugadas manos de mi abuelo. Yo puedo cerrar los ojos y reproducir una caricia: el roce de manos suaves como plumas, sutiles... pero secas como hojas de otoño.

Yo puedo arrullarme en el zigzaguear ondulante de una hilera de emes que se le escapaban de la boca como el mantra milagroso e involuntario que -aunque deseando reprimirlo- terminaba liberando, para bendecir y santificar los silencios disfrazándolos de emes. Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm

Diez pasos podía dar yo hasta que él llegara, y ver y deshacer lo que yo quería que no viera. Yo le había tomado el tiempo y era su andar un ligero ajetreo en un cuerpo despacio, o viceversa, pero era las dos cosas al mismo tiempo... porque el tiempo discurría de otro modo en el cuerpo de mi abuelo. Era danza y música. Y yo le tomaba el tiempo y -como la música- era su andar matemática y alma.

Tengo, acaso, en los labios guardado el saber del chocolatín Suchard que me traía cuando era chiquita y su gorrita con visera ahora preserva mi mirada de la vida.

¿Cómo puedo quererte tanto, Zeide? ¿cómo puedo tenerte tan fresco, tan vivo?
¿cómo llorando te veo a vos llorando, pidiéndome implorándome -en vano- que no te llore?

cuánto te debo por mis palabras y mis ganas... cuánto bien me hace saber que fuimos y que me estás esperando para que siempre seamos...

Cuánto bien me hace saberte tan invisible como poderoso, tan parte de ese amor puro, heroico e infinito que sostiene a este mundo que parece a punto de caer tantas pero tantas veces. Solo, con un manojo de fe. Como un héroe o un Quijote, lo que siempre fuiste.

Porque vos no estás acá y todos lo sabemos. Es el resto mortal, que es lo hoy más tenemos de nosotros mismos: mi coche, mi mano, mi celular, mi tumba. Ver, tocar, agarrar y sino no existe.

Acordamos un lugar común y es donde dejaste tus últimas nimiedades que te impedían volar y ser el amor, la luz, la inteligencia que todos sabíamos que eras. Era una fija, pagaba dos con diez.

Pero no, Zeide, no te quedes, iluminá a los que no han tenido tu ejemplo. No te gastes, no lo merezco. Hay gente que te necesita más: New Orleáns, Bagdad, África... Zeide. El mundo está loco. Pero no loco lindo como vos. Enfermo de maldad.
Hay gente que no tuvo ni un ápice de tu ejemplo y el odio siembra odio.
Percibo tu queja de siempre, puteando en un idioma ininteligible sólo entiendo “dejen”!
Pero sé que estarás empujándome por la espalda para darme el envión susceptible de cambiar el mundo. Porque ahora soy un ejército. Soy el Golem que parió tu amor cósmico teñido de causalidad invisible.

Bailar, más ligero que como bailaste en el casamiento de Ariel. Cuando firmamos, ¿te acordás? Cuando fuimos testigos y cómplices. Cuando la magia estaba de nuestro lado. Y hacíamos y deshacíamos el mundo juntos. Tengo ese recuerdo más iluminado que un cuadro de Rembrandt.

Dejame decirte que te quiero mucho y me enorgullece encontrarte y que sí me doy cuenta de las caricias en la cabeza muchas veces cuando tipeo en esta compu. Cuando me susurrás las rimas consonantes y las metáforas más lindas. Sos vos, ya lo sé y siempre lo supe. O somos los dos evocando aquélla magia de creación y de letras.
De sangre y de tinta.
De Abuelo y nieta.
Híbrido de neshamot poderosas, luces incandescentes y amor incondicional por siempre jamás.

Y ahora sos tan de D'os como del viento. El mismo que se cuela por mi ventana y me susurra al oído Shalom Leisraot... Esta vez sí sé lo que significa: verse otra vez.